viernes, 27 de septiembre de 2013

La frontera entre el hombre y la máquina como creadores


¿Cuánta tecnología estamos dispuestos a aceptar en un proceso creativo?
La pregunta parece simple, pero tiene trampa. Muchas veces hemos oído cosas como “esa foto tiene mucho photoshop”, o “ese teclista lleva los sonidos pregrabados en MIDI”, o “el cantante está haciendo playback”.
Centrándonos en la música, en un extremo tenemos los intérpretes de música clásica, solos frente a su instrumento y la partitura, sin ayuda técnica. En el extremo contrario, el fonógrafo y sus derivados, la música grabada. Pocos defenderían que la reproducción de un disco tiene algo de creativo, y casi nadie negaría que el intérprete de una obra clásica esta creando. Sin embargo, interpretar una obra es reproducir una partitura, sólo que con más grados de libertad que los que tiene el fonógrafo, básicamente debido (quizá por fortuna) a las limitaciones de la escritura musical para representar exactamente lo que tenía el compositor en la cabeza. La creación del intérprete está precisamente en llenar esos huecos que no llenó la partitura, por eso cada interpretación es diferente, mientras que el fonógrafo nos da una reproducción idéntica cada vez.
Pero entre un extremo y otro hay infinidad de matices. En un artículo reciente de Rarezas Musicales hablábamos del Electone Stagea de Yamaha y de sus enormes capacidades como orquesta conducida por un único músico. Aunque para sacarle todo su partido hay que ser un intérprete prodigioso, no cabe duda de que parte del proceso es realizado por la máquina, lo que incluye desde los sonidos muestreados hasta una caja de ritmos “inteligente” que construye la armonía en torno a los acordes que indica el intérprete. A medida que la tecnología avance y estas cajas de ritmos sean cada vez más potentes y ricas en matices será más difícil saber en qué lado de la balanza nos encontramos: ¿es una interpretación más al estilo de un músico de clásica, o la parte interesante de lo que oímos la está poniendo la máquina?
Hace tiempo escribí un programa que aprendía relaciones entre palabras a partir de textos de entrada, y que era capaz después de generar textos utilizando las probabilidades de transición entre términos según la frecuencia aprendida. Nunca lo utilicé para mis poemas, pero tengo que reconocer que a veces generaba imágenes muy sugestivas, con combinaciones insólitas de palabras que difícilmente se le hubieran ocurrido a un humano y, precisamente por eso, con gran fuerza expresiva. ¿Le quitarían mérito a un poema que las incluyese?
Otro tanto sucede con la fotografía. Está relativamente mal visto el “pasarse” con el retoque fotográfico, que puede ir desde el reencuadre hasta la aplicación de multitud de efectos para mejorar una toma deficientemente ejecutada. El viñeteo, las técnicas deHDR, la aplicación del filtros, el tilt-shift, emulan efectos que antes se conseguían con equipo específico, y ahora con cualquier ordenador y el software adecuado (por cierto, el Gimp también existe). En el extremo del “intervencionismo” tenemos la creación de composiciones combinando recortes de diferentes fotografías. ¿Por qué está mal visto todo esto?
Pareciera que cuando la tecnología invade el terreno de la creación el arte se deshumaniza, y éste no es más que un problema de la psicología humana, porque si desconocemos la manipulación no apreciamos esta deshumanización ya que el objeto creado es el que es, sea producto de un humano, de una máquina o de ambos. Quizá esto sucede porque el espectador aprecia la intencionalidad, que sabe que, a día de hoy, no existe en la máquina, y la presupone en el humano.
Sin embargo, hay un punto al que apenas llegan las ayudas técnicas. La reproducción, a día de hoy, es trivial para una máquina, pero aún no la improvisación, que implica una toma de decisiones en tiempo real, y que es la parte más difícilmente explicable de la creación. Seguramente eso también se andará, y entonces será imposible distinguir si la creación es del hombre o de la máquina. Ese día aceptaremos a las máquinas o rechazaremos el arte.
Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/2/2011.