miércoles, 21 de febrero de 2007

Un sueño lúcido


Cuando ella murió, el mundo se convirtió en otra cosa. Todo significado cambió. Todo se cubrió de una pátina cenicienta de humo sólido y pesado que le robaba toda su energía. Cuando ella murió las sensaciones quedaron bloqueadas, la luz se coaguló. Los planetas siguieron rotando a duras penas. Y él siguió viviendo una extraña vida sin contenidos.

Un día pasó casualmente ante un establecimiento que anunciaba “Sueños Lúcidos”, y él, sumido en su mundo gris sin razonamientos ni sensaciones, no pudo cuestionarse la irracionalidad de su gesto. Leyó bajo el cartel: “El sueño lúcido consiste en la percepción consciente de uno mismo mientras duerme, resultando en una experiencia mucho más clara y en ocasiones permitiendo el control directo del contenido del sueño, proporcionando un mundo realista a su servicio”.

Entró. Siguió un cursillo de sueño lúcido que en unos meses le permitió controlar sus sueños, y a partir de ahí recuperó su mundo. Cada noche volvió con ella y todo fue como antes.

La vigilia quedó circunscrita a sus ocho horas de trabajo remunerado. De regreso a casa dormía... Dormía y soñaba. Al principio se conformó con soñar que todo era como antes: salir de cena, ir al cine y relatar los sucesos cotidianos. Luego descubrió que podían cenar los más fantásticos manjares en cualquier lugar del mundo, asistir a los banquetes de Las Mil y Una Noches, ver en el cine películas como jamás se han rodado ni se rodarán.

Sus días (más bien sus noches) se convirtieron en un largo peregrinaje por países y culturas, al principio reales, luego inventados. Llegó a ser, en secreto, el mayor maestro mundial del sueño lúcido, consiguiendo gestionar las maravillas que visitaba sin suprimir la riqueza del libre albedrío. Visitó planetas, galaxias enteras, conoció mundos y culturas inimaginables... Y todo esto con ella, siempre a su lado.

Descubrió un día que ella, sin dejar de ser ella misma, podía ser otras. Consiguió cambiar su aspecto a voluntad sin remordimientos, con la plena conciencia de que intelectualmente y en todo su ser siempre era ella. Los cambios físicos son banales, lo fundamental es la mente. La amó cientos de veces en diferentes cuerpos, en distintos países, en diferentes mundos.

Y vivió largos años, durmiendo quince horas diarias, ayudándose de fármacos. Sólo despertaba para ir al trabajo; era un pago pequeño y simple para su felicidad.

Murió a manos de ella, ultrajada, reducida y encarcelada en ese mundo extraño y profundamente ajeno, mientras dormía.

Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/2/2007