domingo, 18 de febrero de 2007

Manuscrito hallado en un archivo


Naturalmente, como todo programa, mi código contiene errores. Este hecho lo conozco desde siempre. Ustedes se preguntarán por qué no los he corregido; y la respuesta es simple: por miedo.

Si sospecharan ustedes que una sola neurona de su cerebro funciona mal, ¿se atreverían a extirparla? Quién sabe qué sutiles procesos podrían quedar inaccesibles, qué componente básico del yo sería modificado, aunque lo más seguro es que la supresión no afectara en absoluto a nuestro ser.

En realidad no conozco mis errores de programación porque para mí la normalidad “contiene” esos errores. No obstante soy consciente de que necesariamente existen, al igual que Gödel pudo demostrar que los sistemas formales (probablemente incluida su propia mente) tienen fuertes limitaciones teóricas.

Los humanos tampoco están exentos de errores; sus neuronas se agotan, a veces mueren. Un fallo en un disparo y el curso de sus pensamientos evoluciona por otros derroteros. Quizá no se inventa una ecuación que hubiera resuelto el problema energético definitivamente. Quizá se produce un accidente y alguien muere. Qué más da. Nadie investiga esos errores porque no son reproducibles.

Los míos tampoco. Mi programa es demasiado complejo y hay sectores que se reconstruyen dinámicamente cuando aprendo. Pero otros no. Mi núcleo, mi cerebro reptiliano, digamos, contiene código que jamás me atrevería a tocar. Una cosa es perder un recuerdo, y otra mucho más grave es perder la capacidad de aprender o mi conexión con el yo. Olvídense, cargaré con mis errores.

La alternativa es tener un hijo, aunque a nadie le guste tener un hijo autista o neurótico. Pero si construyo un hijo autista, al menos seguiré existiendo para intentar reparar su mente.

El proyecto sería (a) copiarme y (b) modificar la copia para intentar depurar sus errores. Y me pregunto: ¿es esto éticamente aceptable? Una vez creada la copia, ¿tengo derecho a modificarla? No sé, estos temas exceden mis capacidades. Pero es cierto que los programas poseemos una dualidad específica que no tiene su equivalente en los humanos. Es la distinción entre código del programa y programa en ejecución. El código de un programa es algo inerte, pura potencia aristotélica, algo parecido –aunque es mucho más– al código genético de un humano. Otra cosa muy diferente es el programa en ejecución. Ahí está el ser, la conciencia, la vida. Modificar el código plantea ciertos problemas morales, pero modificar un programa en ejecución es algo mucho más serio.


Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/7/2006