domingo, 18 de febrero de 2007

La prehistoria de la Informática


Como dice el profesor A. Brain, la informática está en la más absoluta prehistoria.

Esto es quizá difícil de ver para quienes estamos metidos en la vorágine –actualmente casi todos los primermundistas– de esta disciplina-cada-vez-más-industria, en la que los fabricantes nos venden la maravilla a precios cada vez más bajos. Pero lo veremos más claro si pensamos en “la informática que debería ser” y no en la “informática que es”. Algunos ejemplos: (a) enciendo el ordenador y espero 2 minutos para que me pida la contraseña (¿todavía no me conoce?), la escribo y me marcho a tomar café para que cargue todos los malditos plugs de la bandeja del sistema, antivirus, firewall y finalmente el lentísimo programa de correo; (b) me comunico con “mi” sistema a través de dos absurdos dispositivos que me permiten moverme como un caracol por la información a base de pulsar botones, rellenar formularios y elegir menús, es decir, no sé si estoy en una planta industrial, una ventanilla del insalud o un restaurante con una carta complicadísima; (c) asumo que la máquina nada sabe de mi ni nada va a saber, hace lo que laboriosamente le pido y basta, estímulo-respuesta, no hay cognición de por medio (faltaría más, es una máquina, ¿no?).

La metáfora de “la herramienta” se ha apoderado de nuestros sueños: si usted es arquitecto tiene una herramienta (autocad) para hacer sus planos; si es músico le damos una herramienta (secuenciador) para grabar su música (y de paso para que luego sus instrumentos toquen solos en las galas de verano, previa compra del .mid correspondiente por 8 euros si es un tema de moda); si es diseñador una herramienta (photoshop) para hacer sus diseños. Hasta los informáticos tenemos herramientas para programar “casi sin saber” (entornos integrados de desarrollo), que al ocultarnos la complejidad de los entresijos del asunto nos imponen muros allí donde la herramienta no llega. Y así le va al sector.

¿Podemos hacer más?

Por favor, claro que podemos; se supone que el hombre es una máquina universal, ¿o no? Quizá se trate de pensar un poco y de imitar menos. Claro que imitar es fácil… y al parecer rentable.

El término “rentable”, ese que puebla nuestras praderas, parafraseando a Les Luthiers, ese que se ha apoderado de nuestra realidad poco a poco, de manera sutil, de las izquierdas y las derechas… Lo “no rentable” sencillamente “no existe”. Peor, ni siquiera existe lo “no rentable a corto plazo”, como la investigación, o lo “rentable con baja probabilidad”, como los cuadros de Van Gogh, cuando los pintó, claro.

Quiero que esta columna explore vías alternativas, reflexione sobre las posibilidades de la tecnología como nueva puerta a lo social, que reivindique un cambio de punto de vista.

Quiero que esta columna sirva también de soporte a una asignatura que exponga a los futuros ingenieros en informática la triste realidad actual y transmita como mínimo una idea: abramos nuestras mentes, pensemos en la informática que debe ser, en la que será en esos días en que miremos atrás y veamos este nuestro presente con toda su brutal y bárbara realidad, la fatigosa realidad de pulsar teclas y botones, rellenar cajitas, repetir y repetir y repetir las mismas acciones una y mil y cien mil veces.

Aunque luego despertemos y nos encontremos con nuestro prehistórico escritorio.

Publicado originariamente en Computación creativa y otros sueños (Libro de Notas) el 25/10/2004