viernes, 16 de febrero de 2007

En el parque


P y Q discuten en un parque. Adversarios dialécticos, pero hasta la muerte, utilizan todas sus energías para buscar fisuras, puntos débiles, argumentaciones perfectas. En el transcurso de la lucha, tal vez P mira abstraído una hoja que se balancea bajo el viento en la rama de un árbol, un abeto inmenso nacido, al igual que la discusión, de una superposición de capas verdes como viseras vegetales. Si P es suficientemente inteligente, no tendrá que dedicar toda su atención al hecho de comprender aquello que Q quiere expresar a través de la palabra. En un pensamiento paralelo se dedicará a elaborar un modelo acerca del propio pensamiento de Q, de seguro oculto tras sus palabras. Y este proceso que será tanto más complejo como astuto sea Q.

En este juego, y si aún le queda libre algo de su capacidad de cómputo, P descubrirá con horror que su interlocutor, cuya inteligencia no es despreciable —de hecho por eso vale la pena discutir—, de seguro se encuentra en su misma posición, a saber, esbozando un modelo de sus propios pensamientos, los de P.

Quizá en ese momento P ve pasar a una niña llorando de la mano de su madre mientras dos amigos ríen y gesticulan en un banco del parque. Un hombre, vestido curiosamente, como de jefe de pista de un circo o guarda de El Retiro, hace sonar frenéticamente su silbato. Tal vez algunos hombres mueren. Y en esto P intenta dar un nuevo paso: ¿cuáles serán las conjeturas de Q sobre mis pensamientos? Y después, ¿qué pensará Q que estoy imaginando acerca de sus conjeturas?

Si P es infinitamente inteligente, o dispone de una capacidad de cómputo ilimitada, seguirá trepando por esta escalera sin fin, porque la capacidad de detenerse en cierto escalón cuando se puede seguir subiendo no es cuestión de intelecto, sino más bien de intuición. Así subirá y subirá en una inacabable ascensión mental, visitando quién sabe qué descansillos, despreciando quién sabe cuáles puertas.

Y otro tanto hará Q.

En realidad, a mi modo de ver, P habla consigo mismo, o con su imagen especular. Ocupa todo su tiempo en ascender, al margen de las hojas, de las niñas llorando, de los silbidos de los jefes de pista, de las risas de los amigos. Al margen de los que habrán de morir. Al margen de este texto.

P es igual a Q.



Publicado originariamente en la Revista Poética Almacén el 1/4/2003