viernes, 16 de febrero de 2007

El cuento del capitán


El capitán está en su botella imaginando el exterior, que el sueña como un mundo más intenso, donde sea posible, entre otras cosas, volar como los pájaros, comunicarse con el pensamiento a distancia, correr como un guepardo por el campo o como un delfín sobre las olas. Sueña también con una inteligencia poderosa para sí, con razonar como los grandes matemáticos, con incorporar a su mente la cultura de los grandes humanistas. También con erradicar el trabajo sistemático, permitiendo a su mente ocuparse de tareas más creativas que las de dirigir el barco, calcular distancias y barrer la cubierta.

¿Barrer la cubierta un capitán? Bueno, el cargo de capitán es casi simbólico, porque él es el único tripulante y pasajero, de modo que lo que él no haga sencillamente no se hace. Es decir, si él no intenta salir de la botella no habrá más que botella: sueños y soledad.

Por eso el capitán intenta dedicar permanentemente algo de su tiempo a empujar con paciencia el corcho que lo aprisiona en su mundo seguro. El corcho parece no ceder, pero año tras año el capitán persiste gracias a la infinita paciencia que da la esperanza.

En este caso la paciencia tiene su recompensa, y el corcho al fin cede. El estrechísimo cuello de la botella casi lo hace abandonar. Nunca se le ocurrió que un obstáculo producto de su mente pudiera detenerlo más que el propio obstáculo físico. La historia se repite: incapaz de pasar por el cuello de la botella el primer día, se retira, y cada día vuelve a intentarlo, luchando contra la claustrofobia, avanzando un poco más.

Después de muchos años el capitán alcanza la salida, salta al exterior. Ha llegado a un mundo mucho más rico que el de su botella, también menos seguro. Los sueños que tuvo aquí son la realidad, aunque no exactamente cómo los soñó: el hombre vuela, de alguna manera diferente a los pájaros; se comunica a distancia, bien es cierto que con algunas limitaciones en tiempo y en espacio; corre más que los guepardos o los delfines pero utilizando torpes artefactos que no le permiten disfrutar de la velocidad; incrementa la capacidad de su inteligencia utilizando diversos dispositivos, desde calculadoras hasta ordenadores; dispone de enciclopedias que almacenan gran parte del conocimiento humano, aunque su recuperación e interrelación es defectuosa; y quizá lo más preocupante: fuera de la botella se erradica poco a poco el trabajo sistemático (incluso podría erradicarse más rápidamente) pero algo no va bien; el capitán se siente inseguro: ¿qué hacer ahora que no tiene que barrer la cubierta, ni dirigir el barco, ni calcular distancias? ¿Es capaz de hacer otras cosas? ¿Puede quizá imaginar que está en otra botella, que fuera hay otro mundo de verdad, donde se vuela, se corre, se habla a distancia, se razona y se sabe e incluso, por qué no, se inventa?

Desde entonces el pobre capitán busca un nuevo cuello y un nuevo corcho de esta nueva botella, y no deja de imaginar ese mundo de afuera, y, por si acaso, va imaginando también el mundo de afuera del de afuera, y el de afuera del mundo de afuera del de afuera...

Pero ya nunca olvida que él es el único tripulante y pasajero de éste y de todos los barcos.


Publicado originariamente en la Revista Poética Almacén el 1/6/2002